jueves, 30 de octubre de 2008

Maradona: Por qué sí y por qué no

Un astro del fútbol mundial ha sido encargado con la honrosa pero ardua tarea de ser el técnico de Argentina. Hasta ahí nada raro. Es más, algo muy común en la actualidad dados los relativamente exitosos casos de ex jugadores que se han hecho con las riendas de sus selecciones.

Pero la cosa cambia cuando el nombre al que se hace referencia es el de Diego Armando Maradona, pues él, más que una estrella, es un mito viviente del fútbol al que en Argentina muchos avezados llegan a catalogar como un Dios. Y es ahí donde empieza el debate de la conveniencia de su nombramiento. Mientras varios se preguntan si quizás su llegada haría que la importancia del seleccionado se viera devaluada ante tamaña figura, otros aseguran que su carisma enaltecería el valor de la casaca argentina.

Nadie niega que el Pelusa fuese un iluminado dentro del campo de juego pero su experiencia en los banquillos es prácticamente nula. Como lo indica Valdano, Diego no tiene la trayectoria necesaria para hacerse con esa mayúscula responsabilidad. Y si se quiere ir más allá, sus problemas personales no juegan a su favor cuando el peso de un país futbolero cae sobre sus hombros. Más aún, según dicen, los genios pocas veces resultan buenos entrenadores ya que les cuesta entender porque sus pupilos no llevan a cabo las labores que ellos hacían con suma facilidad.

A su favor hay que destacar la mística que impone su mera presencia. Para muchos futbolistas el tener a un ícono en el banquillo los compromete e induce a dar mucha más. Además él es una bandera en cuanto al amor por la camiseta y sabrá inculcarle eso a su plantilla. En cuanto a la falta de experiencia, la compañía de Bilardo puede sopesar esta carencia.

Dentro de un año y tanto sabremos si esta arriesgada movida de Grondona fue un triunfo que sirvió para engrandecer aún más a Maradona y a su querida celeste, o simplemente un nuevo fracaso de la AFA que al querer resguardarse bajo la imagen de un ídolo de cortos apresuradamente vestido de gala, tan sólo sirvió para añadir un revés a la ya de por sí difícil vida del Diez.

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