Tal vez muchos lo consideren un galardón mundano, un título sin valor práctico, quizás se le tenga como una mención volátil, aquella que se lleva el tiempo y apenas si perdura en la memoria de algunos caprichosos que recogen los resultados más recónditos e insustanciales. Es aquello que los entendidos han denominado título de invierno. Un logro alcanzado a base de esfuerzo pero que ni queda escrito en los libros dorados ni engrosa las vitrinas de los clubes.
Y claro, sería algo pueril querer afirmar lo contrario pues a mitad de campeonato no se gana nada. Sin embargo este premio, aparentemente trivial, sí que merece un reconocimiento. Nadie puede dudar del valor anímico que suscita para lo que resta de la temporada. Este galardón incoloro y sinsabor, que ni se transforma en estrella ni se disfruta con una vuelta olímpica, puede marcar definitivamente el devenir de una institución.
Si los grandes oncenos europeos pueden sentirse plenos al conseguir este “efímero” título, más debe regocijarse el Hoffenheim, un huésped inesperado en la punta de la Bundesliga.
Este modesto club logró en poco tiempo, de la mano de un ex jugador y ahora mecenas del gigante de la informática SAP, Dietmar Hopp, trepar escalones a pasos acelerados en la liga teutona. De la división regional en la que se encontraba en 2006 alcanzó la primera este año. Con un fútbol ofensivo y ordenado, bajo las órdenes de su entrenador Rangnick, obtuvo la punta y no se desprendió de ella pese a los incesantes embates del Bayern Munich.
Este cuadro no se resignó a no descender sino que con tesón y mucha técnica peleó de igual a igual y se afianzó en el liderato. Su juego colectivo funcionó mientras sus individualidades sobresalieron. Eduardo se erigió como el pasador, Ba como el pundonor, Ogbuke como el habilidoso y el bosnio Ibisevic como el definidor.
Este equipo de una comunidad de menos de 3300 habitantes ha mostrado una fortaleza inquebrantable. Ni siquiera su derrota con el cuadro de Klinsmann disminuyó la moral y consiguieron su primer objetivo: ser los amos del invierno y desde luego, teñirlo de azul.
jueves, 22 de enero de 2009
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