Desde luego no se pueden poner en tela de juicio las capacidades físicas y técnicas de un superdotado como Cristiano Ronaldo. Todos han comprobado hasta la saciedad la riqueza futbolística que emana con cada toque, con cada jugada, con cada gol.
Si alguien quisiese darse a la tarea de encontrar en el de Funchal una debilidad para derrumbar aquel castillo de elogios que se erigen sobre él, sería inútil atacar su juego. Hasta el más acérrimo contradictor del Batipibe, ese que pregona que nunca será un grande, sabe que no puede atacar su desempeño individual.
Pero, ¿es un jugador de fútbol verdaderamente grande por el mero hecho de ser habilidoso con la pelota en sus pies? La respuesta es no. Aquéllos que marcaron una época dorada y hoy están en el pedestal perpetuo del deporte, poseyeron una serie de imponderables que indudablemente los llevaron al triunfo y al reconocimiento orbital.
Es ahí donde sí se le puede criticar a Ronaldo. No da muestras de poseer ese algo que se requiere para ser respetado por todos. Si bien su presencia cotiza al alza, su rendimiento en instancias cumbres ha dejado mucho que desear. Como referente en la selección lusa no destacó y aunque nadie duda de su brillo en el Manchester, se sabe que no es el puntal en los momentos críticos. Aún no se percibe en él esa aura de Maradona en el Napoli o de Di Stéfano en el Madrid.
Por si fuera poco, su arrogancia le juega en contra. Está bien ser seguro de sí mismo, pero otra cosa es creerse el primero, segundo y tercer mejor jugador del mundo cuando se tiene al lado estrellas de la talla de Messi, Xavi o Kaká.
Aún es joven, puede cambiar y darse cuenta que no es nadie sin el equipo. Lo que debe hacer es potenciar el grupo con sus habilidades individuales y no hacer que sus compañeros trabajen para él.
Además, el portugués debe entender que no es con discursos ni con señas irreverentes hacia el público que se logra la verdadera grandeza, es con hechos y buenos modales.
lunes, 1 de diciembre de 2008
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