miércoles, 17 de diciembre de 2008

Arrojo o apuro

Audacia o ingenuidad, valentía o torpeza, fortaleza o debilidad. Unos u otros, calificativos acordes a la determinación tomada por los jerarcas blancos: Cambiar a Schuster por Ramos.

Por más contradictorios que resulten los epítetos arrojados por ambos bandos, cualquiera podría tener la razón, el punto es que todo depende del cristal con que se mire, o mejor, en este caso particular, del resultado que arroje el Derby español.

Para los ingleses resulta hilarante que tamaño club se haga con un técnico que acaba de marcar el peor arranque liguero en la historia de los ‘spurs’. Los catalanes aseguran que contratar a un adiestrador venido a menos es muestra clara del poco tino de los de la Castellana. Los madrileños afirman sin ruborizarse que Juande puede enderezar el rumbo en la Casa Blanca.

Pero la idea no es dilucidar si el manchego es idóneo para el Madrid, es entender si esta medida se ha tomado en el momento justo. Existen tres posibilidades para interpretar este súbito movimiento, helas aquí:

Primera opción: El cambio puede ser una idea estupenda siempre y cuando el resultado del clásico sea favorable. Sería una inyección anímica para un cuadro fatigado por las críticas. El punto de inflexión para un resto de liga promisorio.

Segunda opción: La decisión lógica, no por ser buena sino por no haber más. Tras declarar que no se podía ganar al Barça, el alemán sentaba un pésimo precedente para un equipo carente de confianza. Además, por ser un nuevo proceso, una derrota decorosa sería consentida sin rezongar.

Tercera opción: El Madrid se dejó llevar por el nerviosismo de su presidente, quien viéndose atacado por su junta, Michel y hasta la sombra de Florentino, quería hacer algo más que prometer fichajes nunca concretados. No pensaron que una goleada entorpecería el proyecto.

Quizás los merengues no se pueden dar el lujo de tener cautela. Por tal, lo hecho, hecho está y la cúpula blanca cargará con sus culpas o victorias. Eso sí, si bien los culés no sellaron el descabello de Bernd, si serán quienes marquen el camino del Madrid en lo que resta de temporada.

sábado, 6 de diciembre de 2008

El jardín infantil de Wenger

Quizás en el fútbol actual no resulte innovador hacer debutar a un chico menor de veinte años. Tal vez ni siquiera pueda considerarse como novedad el hecho de que un joven sin experiencia sea inicialista en una liga de primer nivel o que un adolescente se haga con la titularidad de un cuadro europeo.

Pero en un mundo del balompié regido por los resultados y la mercadotecnia, en donde la experiencia prima y las figuras mediáticas son las que venden camisetas y llenan estadios, es impresionante, valiente y hasta loable para un club todopoderoso como el Arsenal, que futbolistas con edades entre 18 y 25 años acaparen prácticamente la totalidad de la plantilla.

Aunque sean muchas las hazañas alcanzadas por Wenger como cabeza visible de proyectos a largo plazo, posiblemente sus más significativos logros a nivel personal los haya obtenido en las últimas semanas: Conformar una sólida segunda escuadra con promedio de 19 años, derrotar a domicilio al último subcampeón de Europa con nueve jugadores de 25 años o menos y finalmente, tener como capitán a un joven Fàbregas.

Todo este periplo de sustanciosos frutos arrancó el 11 de noviembre cuando un onceno londinense plagado de noveles doblegó por 3-0 al Wigan para acceder a cuartos de final de la Carling Cup. En este cotejo el francés se dio varios lujos: Incluir a Wilshere y Ramsey de 16 y 17 años respectivamente, dar más minutos a figuras en ascenso como Vela y Mérida, y por supuesto deleitarse con un Simpson excepcional y goleador. Para completar la gloria juvenil, el pase a la siguiente ronda de Champions lo selló el veinteañero danés Bendtner.

Por si fuera poco, en el debut liguero de Cesc como capitán, los “Baby Boys” consiguieron remontar un marcador adverso en Stamford Bridge derrotando a un Chelsea que se presumía imbatible.

Si bien Wenger en los últimos años no ha alcanzado títulos, nadie duda de su labor como educador. Es el profesor ideal para una clase de sobresalientes en la que lo secundan dos ayudantes de lujo, Almunia y Gallas, y un alumno de honor, el catalán Fàbregas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La verdadera grandeza

Desde luego no se pueden poner en tela de juicio las capacidades físicas y técnicas de un superdotado como Cristiano Ronaldo. Todos han comprobado hasta la saciedad la riqueza futbolística que emana con cada toque, con cada jugada, con cada gol.

Si alguien quisiese darse a la tarea de encontrar en el de Funchal una debilidad para derrumbar aquel castillo de elogios que se erigen sobre él, sería inútil atacar su juego. Hasta el más acérrimo contradictor del Batipibe, ese que pregona que nunca será un grande, sabe que no puede atacar su desempeño individual.

Pero, ¿es un jugador de fútbol verdaderamente grande por el mero hecho de ser habilidoso con la pelota en sus pies? La respuesta es no. Aquéllos que marcaron una época dorada y hoy están en el pedestal perpetuo del deporte, poseyeron una serie de imponderables que indudablemente los llevaron al triunfo y al reconocimiento orbital.

Es ahí donde sí se le puede criticar a Ronaldo. No da muestras de poseer ese algo que se requiere para ser respetado por todos. Si bien su presencia cotiza al alza, su rendimiento en instancias cumbres ha dejado mucho que desear. Como referente en la selección lusa no destacó y aunque nadie duda de su brillo en el Manchester, se sabe que no es el puntal en los momentos críticos. Aún no se percibe en él esa aura de Maradona en el Napoli o de Di Stéfano en el Madrid.

Por si fuera poco, su arrogancia le juega en contra. Está bien ser seguro de sí mismo, pero otra cosa es creerse el primero, segundo y tercer mejor jugador del mundo cuando se tiene al lado estrellas de la talla de Messi, Xavi o Kaká.

Aún es joven, puede cambiar y darse cuenta que no es nadie sin el equipo. Lo que debe hacer es potenciar el grupo con sus habilidades individuales y no hacer que sus compañeros trabajen para él.

Además, el portugués debe entender que no es con discursos ni con señas irreverentes hacia el público que se logra la verdadera grandeza, es con hechos y buenos modales.